viernes, 17 de diciembre de 2010

Goles, trofeos, exportaciones y sub-desarrollo.

Se va el 2010. El año en que Uruguay volvió al tapete del fútbol mundial. Hace pocos días nuestro Dieguito Forlán recibió el balón de oro como mejor jugador del Mundial Sudáfrica 2010, Uruguay terminó en la séptima posición en la clasificación de selecciones de la FIFA, y claro, salimos cuartos en el Mundial luego de la histórica actuación de la celeste.

El tema dio para mucho, y en muchos sentidos. Todos fuimos más felices, nos dejámos engañar por unos días por ese sentimiento de algarabía generalizada que hace olvidar las penas. Se sucedieron los festejos masivos populares, la negociada renovación de Tabárez con fondos públicos. Luego vinieron las publicidades, públicas y privadas, hablando de la unidad de nacional, de que cuando estamos todos juntos salimos adelante, de que cuando nos esforzamos podemos. Forlán fue elegido (¿a cambio de cuánto?) para ser la imagen oficial del Uruguay Natural en la campaña publicitaria internacional del Ministerio de Turismo. Hasta un almanaque con alardes de sensualidad sacaron los jugadores para recaudar fondos para la Fundación Celeste.

Quizás uno de los que mejor aprovechó la actuación celeste fue el Ministro de Ganadería Tabaré Aguerre. Haciendo un paralelismo entre el fútbol y la economía, el ministro en declaraciones al inaugurar la Rural del Prado (la de la ARU, nuestra querida oligarquía rural que aún vive y lucha) afirmó “a todos se nos pone la piel de gallina cuando nos acordamos de Sudáfrica, donde salimos cuartos. Pero Uruguay es quinto en carnes, sexto en lácteos, séptimo en soja y sexto en arroz. Eso lo tenemos que transformar en una oportunidad de crecimiento y de desarrollo social”.

Según el sencillo razonamiento de Alegre, el éxito de los exportadores radicados en Uruguay, que se encuentran entre los primeros del mundo, es factible de ser transformado en crecimiento y desarrollo social. Se olvida Aguerre que desde su nacimiento como república Uruguay fue un país de orientación exportadora, primero carne salada y cueros, luego lanas, más tarde carne congelada, y más recientemente pulpa de celulosa, granos de soja, derivados lácteos y más carne. Y sin embargo todos estos años de vanguardia exportadora no se tradujeron en niveles de bienestar (o desarrollo social) generalizado para todo el pueblo uruguayo. Basta mirar las cifras oficiales de pobreza que indican que ésta afecta a más de 600.000 compatriotas (aunque llegó al millón de uruguayos en el 2002), alrededor del 40% de los trabajadores tiene empleos informales o irregulares, y la desigualdad sigue siendo tal que el 20% más rico de la población concentra el 50% del riqueza.

Se olvida Aguerre que hoy en día los principales productores y exportadores de productos agropecuarios a excepción de CONAPROLE son extranjeros y que, como la lógica del capital indica, no vienen a generar desarrollo social sino a acumular más riquezas. Sólo para ejemplificar. La industria frigorífica es controlada por la multinacional brasileña Marfrig; el complejo forestal es controlado por UPM (ex-Botnia) de capitales finlandeses, por Montes del Plata (de capitales suecos y chilenos) y por Wayerhauser de capitales yanquis; buena parte del área de soja es gestionada por los pools de siembra argentinos (como El Tejar y Los Grobo) así como la exportación la controlan las transnacionales Cargill, Louis Dreyfus y ADM; la industria arrocera pasó a las manos brasileñas de Camil hace tres años.

La pregunta que debemos hacernos es si estas transnacionales radicadas en Uruguay para lucrar con la exportación de bienes primarios serán las constructoras de la sociedad justa, libre y solidaria con la que muchos soñados. La historia mundial y nacional, y las teorías económicas de la dependencia nos indican lo contrario.

Lo mismo pasa con en el fútbol, donde seguimos en la dependencia y el subdesarrollo a pesar de la excepción que significó Sudáfrica. Uruguay sigue estando en el ostracismo del fútbol mundial, el fútbol es cada vez más sólo negocio, y ahí se hacen fuertes un puñado de empresarios y dirigentes que priorizan sus intereses particulares. El Estado, que debería velar por el bien común, no regula, que va regular, si parece que todos los gobiernos tienen romances con Tenfield. Por su parte los equipos del fútbol local, semillero de la selección, están integrados por prometedoras figuras que emigran a los 20 años con sólo jugar seis meses a buen nivel, y regresan, con suerte, a los 34 años a cerrar su carrera corriendo poco y ganando mucho. Y luego queremos ganar Libertadores...

De esta forma, tanto en el fútbol como en el resto de la vida social, nuestro paisito parece seguir por la senda del subdesarrollo, que no es un niño sino, al decir del Che Guevara, es un enano de cabeza enorme y panza hinchada.